La Asociación Utrillo y su contribución contra la pandemia
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- Elena Montesa, gerente de la fundación, firma este artículo publicado en ‘El Rabal Solidario’, el boletín informativo de la junta de distrito de esta zona del norte de Zaragoza, donde Utirllo tiene sus instalaciones
- Montesa da testimonio del miedo y la incertidumbre con la que vivieron en esta entidad de Plena inclusión Aragón el inicio de la pandemia, pero también de cómo las personas con discapacidad intelectual contribuyeron con su esfuerzo a que la sociedad aragonesa hiciese frente al coronavirus, gracias a su labor de lavandería para el centro covid de Casetas
Caminar por la calle Bielsa camino de la asociación y no saber si lo que escuchas es realidad o sigues dormida. El silencio reina en el barrio, un silencio vencedor, que solo acoge los trinos de los pájaros. No se perciben movimientos tras los cristales ni tienes que mirar a los dos lados antes de cruzar de acera. Solo puedes estar soñando.
Transmitir lo que han significado estos meses para la asociación Utrillo es complejo. Inicialmente, fue un shock recibir la orden de cierre del centro por parte de la Administración pública. Llamar a nuestros chicos con discapacidad intelectual y tratar de explicarles por qué no podían venir, llamar a todas las familias y decirles que no podíamos atenderles, pensar en las personas del equipo e intentar sostenerlo sin solicitar un ERTE, activar todas las medidas de prevención que nos iban llegando para intentar que la lavandería siguiera dando servicio a las residencias de mayores sin que nadie se contagiase, porque en algunas de ella se habían detectado los primeros casos de covid-19.
Lo contabas una y otra vez, intentando que la gente entendiese lo que ocurría, cuando ni tú misma sabías lo que estaba pasando; intentabas tranquilizar a la gente y mientras lo repetías, sentías que se iba materializando una realidad que solo esperabas vivir a través del cine. Y cuando todavía no habías podido asimilar las noticias, te das cuenta de que tienes miedo. Miedo a que enferme alguien del equipo, y lo que es más duro, miedo a que enfermen los trabajadores con discapacidad intelectual. Y cuando cruzabas la puerta para volver a casa, después de jornadas maratonianas, miedo a llevar el bicho a los tuyos.
Con toda la incertidumbre que se instaló en los primeros días de confinamiento, el equipo de Utrillo tuvo claro que querían y necesitaban ser útiles. Nos pusimos a diseñar nuevos protocolos de intervención y a organizar seguimientos exhaustivos de nuestros chicos y sus familias que nos permitieron detectar las necesidades que les iban surgiendo: gafas que se rompían, hogares sin juegos de mesa siquiera, contención de problemas conductuales, elaboración de materiales adaptados para seguir trabajando en casa las habilidades cognitivas, acompañamiento en procesos de duelo, retos para promover la interacción entre las personas aisladas, hasta grabamos un audiolibro que ha tenido un éxito tremendo, paseos terapéuticos que daban un respiro a los cuidadores, apoyo en gestiones con la Administración…
Todo para que no se sintieran abandonados e intentar contribuir al bienestar emocional de las familias y compensar, al menos un ratico al día, el bombardeo de malas noticias. Nadie miraba el reloj. El nivel de implicación superaba cualquier expectativa y así, apoyando a los demás, nos fuimos ayudando a nosotros mismos a vencer el miedo.
Metidos en la vorágine de cambios que habíamos puesto en marcha, nos llegó la invitación de la asociación Estelar para unirnos al proyecto Nadie sin proteger. ¡Qué regalazo nos hicieron! Empezamos a colaborar higienizando las telas con las que se elaboraban las mascarillas por las costureras solidarias, volviendo después a higienizar las mascarillas que se habían cosido.
Por Utrillo han pasado más de 25.000 mascarillas y con ellas llegaron quince voluntarios que consiguieron sembrar de esperanza y de energía nuestros días. Vaya tirón que tienen. Gracias a ellos pudimos ser útiles no solo con las mascarillas. De Utrillo han salido pantallas, batas de plástico, gorros, batas de algodón… Todas las propuestas y peticiones eran recibidas como una oportunidad para contribuir a frenar la pandemia, pero, sobre todo, como una oportunidad de ayudar.
Y cuando parecía que todo estaba organizado y podíamos relajarnos un poco, llegó lo que menos hubiésemos esperado. El centro covid instalado en Casetas nos pidió que nos hiciésemos cargo de desinfectar la ropa de los usuarios, de los trabajadores, de la lencería y de los EPIS reutilizables. Nos pedían que pasásemos a primera línea. Imposible negarse. Nos pusimos manos a la obra y rediseñamos los espacios, generamos nuevos protocolos de prevención y triplicamos los turnos de trabajo.
Los primeros días de abril, el silencio de la calle invadía nuestras instalaciones cuando llegaba la ropa que había estado en contacto con el virus. Era un silencio espeso. Todo parecía moverse a cámara lenta cuando los carros de lavandería recorrían los pasillos señalados, cuando el compañero que tenía que manipular la ropa aparecía vestido como un astronauta y el resto estaba listo para desempeñar la función encomendada en el equipo. El olor a lejía y desinfectante no nos ha abandonado en tres meses.
Y volvió a aparecer el miedo. Sobre todo, cuando regresabas a casa, donde habías establecido un protocolo tan estricto como en la asociación para prevenir el posible contagio. Poco a poco empezó a pesar más en nuestras mentes la necesidad de apoyar a los enfermos y a los que cuidaban de ellos que el miedo que teníamos. Gracias a la confianza que depositaron en nosotros, guardaremos para siempre en nuestras mentes momentos inmensos como la primera vez que una voluntaria empezó a escribir mensajes de ánimo en las bolsas de la ropa, los primeros arco iris que pegamos dando ánimo al personal del centro covid que después se transformaron en unos broches multicolor que actuaban como talismanes, la alegría cuando cargábamos la furgoneta sabiendo que un día más habíamos logrado sacar adelante el trabajo y ese inmenso cartel que apareció un día “Aquí no se rinde nadie”.
Hoy, instalados en esta nueva normalidad, nos quedan grandes recuerdos de una mala pesadilla. También nos sentimos agradecidos por permitirnos mostrar lo útiles que son las personas con discapacidad intelectual y queremos transmitir a todos los vecinos que, con espíritu positivo y ganas de luchar unidos, siempre habrá un futuro mejor para todos. Gracias.